Y LA PIEL?
A pocos días de hacer por vez primera un SIN OLVIDO para mi padre en nuestros 24 años de su desaparición, me pregunto qué es lo que de veras quiero transmitir en mi nombre y el de mi hermana y nuestros hijos. En fin, en nombre de este par de generaciones que representamos.
Enfrentarme a la escritura de un texto sobre la vida de Antonio Camacho Rugeles me ha hecho estrellarme de cara contra la evidencia de todos mis vacíos. La vida de mi padre es todavía para mi poco más que un curriculum vitae al respaldo de la invitación a una de sus exposiciones, se me vuelve de nuevo un personaje fantasma porque no logro ubicarlo en el tiempo o el espacio.
Tantas incertidumbres, tantas versiones contradictorias, tantos silencios cargados por igual de culpa y disculpa, por seguir vivos, por no seguir buscando, por seguir esperando sin esperanza, por seguir callados o por empezar a hablar, por contar cosas no contadas o por nombrar gente todavía innombrable, por volver a callar en medio de una frase, por tratar de ahogar la voz propia o por permitir que otros lo hagan en su lugar, por haber escogido el silencio y el olvido como el camino más fácil, o quizás el más difícil también. El silencio como traición y castigo, todo en uno. Tanto de esto he encontrado en esta búsqueda de razones y respuestas.
Encontré también, gracias a la memoria de toda la gente con la que he podido hablar, los elementos necesarios a la reconstrucción física y emocional de mi padre. Logré gracias a todos estos pedacitos de memoria repartidos por el mundo, ponerle carne y huesos al fantasma que me acompaña desde siempre. La vibración de su voz en mi pecho, las barbas multicolores y el olor, son mi pequeño aporte a este papá-mosaico que hemos ido construyendo entre todos.
Sin embargo, hay un detalle imperceptible para muchos, cierto brillo singular como un guiño feliz en medio del remolino de otras expresiones suscitadas por el recuerdo de esos tiempos en los que se movió mi padre, ese brillo risueño que encontré sin excepción como huella indeleble en el fondo de todos los ojos que me hablaron de él, fue lo que me dio la certeza de su existencia real en este mundo y me permitió por fin darle a mi padre un lugar en la vida y en mi historia propia.
Y ahora?
Es verdad: me reconstruí un recuerdo mosaico con la ayuda de tanta gente y al intentar mirar el cuadro entero, me encuentro con una figura fantástica, valiente y fuerte, como el padre que cualquier niña sueña tener a su lado. Tengo suerte. Y un padre también.
Solo que ahora el problema es el fondo del cuadro: Alrededor de esta figura más o menos completa, encuentro un fondo gris, vacío y hueco, de cuando en cuando unas pocas piezas, pedacitos torcidos y sueltos que no encajan de ninguna manera entre ellos. Faltan miles de fichas, como un rompecabezas caído al río, ablandado, borrado y esparcido por toda la ribera, donde se borran y estancan como restos de naufragio todas las explicaciones, las razones, los cómos, cuándos, dóndes y todos los demás, estancado justo allí donde encallan y se pudren los recuerdos, tapados por el barro mudo del miedo.
Y de pronto, la costumbre del miedo y el silencio vuelve a tomar posesión de mis interlocutores. Y el vacío vuelve a rodear lo que habíamos empezado a armar juntos, con lo cual estábamos logrando razgar un poco por fin el trapo sucio de dolor con el que le han estado tapando la voz a todos, a tantos. Tal vez lo de estar razgando la mordaza me lo inventé yo en mi esperanza y afán por saber, por matar la mentira con mis propias manos… En fin, el asunto es que el fondo del cuadro sigue en gris, en vacío, en veremos, en “ya veremos porque todavía no queremos ver”, me parece entender siempre.
Yo estoy cansada de esperar y esperar para no violentar el ritmo de luto de los demás, desconociendo mi ritmo propio y mis necesidades de verdad y movimiento, de vida y respuestas serias. Yo quiero ver ya lo que esos vendajes esconden, quiero enfrentarme a la verdad desenvuelta y cruda, viva y muerta y herida también. A la verdad completa contada por todas partes y desde todos los ángulos, escarbar y sentir todos sus lados, llegar a todos sus bordes y esquinas, pasarles por encima para tocarlos y entenderlos por fin. Entender este vacío y la rabia sorda, darle un sentido y un cuerpo a este dolor indefinido, impalpable e informe. Darle otro cuerpo que no sea más el mío, poder aterrizar el dolor sin tener que marcarme cada paso del camino en la piel de mis propios brazos.
Mi padre tiene huesos y carne ahora, pero aún le falta la piel. Un cuerpo reconstruido no basta para devolverle su estado de persona a alguien borrado. Lo que lo afirma como persona es justamente la interacción de este cuerpo con el entorno social y en un contexto físico e histórico precisos. Cómo atreverse a afirmar que se conoce a alguien sin conocer la manera única e individual con la que ese alguien manejó su propio cuerpo en el mismo mundo y momento que compartió con tantos otros alguienes en movimiento? Sin saber lo que ha construido o destruido con los materiales y herramientas que la vida le había puesto enfrente en el momento en el que estuvo ahí, presente? Cómo creer que de verdad atravesó la vida si no se pueden conocer las huellas que dejó como pistas, si a cada paso que se da para descubrirlas hay quién se esfuerce por volverlas a tapar?
Esta generación está dispuesta a no olvidar nunca, solo que no tenemos mucho qué recordar. Necesitamos saber ya.
Sol Violeta Camacho, julio 2009